En cada amanecer.

La mañana se va llenando de un taconeo que marca la carrera veloz de gente que marcha hacia sus tareas diarias, las calles se llenan de estudiantes, trabajadores y gente desempleada que se afanan por llegar al lugar esperado. Tanta es la prisa que el tiempo no es suficiente para detenernos a mirar el interior del ser humano que nos rodea.

Nuestros ojos se conforman con fijarse en el exterior solamente, recordamos el largo de una falda, la marca del pantalón, el color de la piel, comentamos el gesto huraño de algún compañero sin buscar la causa que lo provocó, transcurre el día y no hemos mirado el interior del amigo que nos acompaña diariamente.

Deberíamos jugar a descubrir lo hermoso de la gente, cada ser humano tiene un pedazo de Dios dentro, es lo que debería llamar nuestra atención diaria. En lugar de ver el gesto agrio de alguien, entendamos el valor que tiene para resistir las tensiones provocadas por situaciones que no conocemos.

Antes de burlarnos del que no aprende con la rapidez de los demás, demos un aplauso a su magia para ser bueno con sus semejantes, todos los días son buenos para comenzar a descubrir sonrisas hermosas manos hábiles, actos valiosos, espíritus valientes, luchadores incansables.

Cada ser humano tiene un valor especial, un don divino que recibe al nacer y que si se descubre, puede utilizarlo para su beneficio y para el de los que le rodean. Hagamos un alto en nuestra prisa diaria, miremos el interior de nuestros hermanos y aprendamos a valorarlos por lo que son y no por lo que quisieramos que fueran.





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