Sin que te dieras cuenta, me perdiste!!
Todos nuestros años juntos ya no significan nada para mí. Ojalá que tengas suerte. No tuviste tiempo de mirar, de pensar en que me estabas alejando de ti.
Estabas demasiado sumido en tus vanidades, en tus pensamientos, y olvidaste que formamos un equipo, que teníamos un compromiso, y era estar el uno para el otro en las buenas y en las malas. Pasase lo que pasase.
Para mí tampoco fue fácil. Aunque ahora lo veas así, pasé meses a tu lado viendo cómo no me escuchabas, cómo pasabas de mí y de mis sentimientos. Demasiado embobado por tu propia imagen y tu ilusión de una vida perfecta, sin decirme nada me di cuenta que no era la mujer que querías para construir tu cuento de fantasías. Dirían que eso le pasa más a las mujeres, pero tú eras un chico especial, sí que lo eras. Y lo eres aún.
Aún sumida en este rol de acompañante silenciosa, me quedé junto a ti. Al principio callada, solo esperando que no me dejaras. Me sentía atada a ti, enamorada hasta la fibra más mínima de mi ser. Dispuesta a desaparecer cuando lo necesitabas, y a aceptar las veces que me intentabas ignorar. De a poco, tuve las agallas siempre de decir lo que pensaba y sentía. De arriesgarme a que me dejaras, porque estaba pidiendo un cariño, estaba exigiendo, ¡imagina! Pero seguía siendo invisible para ti. Mis palabras no significaban nada.
A pesar de todo lo que habías cambiado, y que estaba segura de que me querías, pero no en tu vida, nunca tuviste la fuerza para decírmelo. Estabas esperando que me marchara, que me agotara y decidiera dar vuelta la página. No tenías el valor, esperabas a que fuese yo quien dijera las palabras. Para que así, tú siempre quedaras bien. Pero aún dándome cuenta de eso, seguía junto a ti, aferrándome a los pequeños momentos en que me demostrabas el más pequeño signo de amor.
Me perdiste en las miles de disculpas que te di, por cosas que ni siquiera yo había hecho. Siempre intentando conciliar, dar mi brazo a torcer, hasta quedar indigna. Tú te enojabas, o tú te equivocabas y te encerrabas en ti mismo. Y yo llegaba a ti, deshecha en disculpas y en promesas para que volvieras a mí, al menos a hablarme, sin darme cuenta que ya estabas a kilómetros de distancia.
Alguna vez te llamé “amor”, y ya no me arrepiento. Pero me perdiste porque no me valoraste, porque preferiste vivir de apariencias, y lo que eras conmigo, ya no lo querías ser para el resto.
Te deseo una mejor vida, pero ya no puedes volver a mí.